'No negaremos los dictados
de nuestra conciencia'
Declaración de intelectuales,
artistas y profesionales estadounidenses frente a la 'guerra
contra el terrorismo'
The Guardian,
14 de junio de 2002
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca), 26-06-02
'Nos
negamos a permitir que usted, Sr. Bush, hable en nombre de todo
el pueblo estadounidense. No renunciaremos a nuestro derecho
a preguntar. No entregaremos nuestras conciencias a cambio de
vacías promesas de seguridad. Nosotros decimos: en nuestro
nombre, ¡no!. Rechazamos formar parte de esas guerras,
y repudiamos cualquier conclusión que sostenga que son
guerras que se libran en nuestro nombre o en defensa de nuestro
bienestar. Tendemos una mano a todos aquellos que a lo largo
y ancho del mundo son víctimas de esta política;
les demostraremos nuestra solidaridad, con palabras y hechos'
Que no se diga que la gente de Estados Unidos no
hizo nada cuando su gobierno declaró una guerra sin límites
e institucionalizó una serie de severas medidas represivas.
Los firmantes de esta petición hacemos un llamamiento
al pueblo de EEUU a resistir frente a estas medidas y a la línea
de actuación política general surgida después
del pasado 11 de septiembre, porque constituyen un serio peligro
para los pueblos y habitantes de todo el mundo.
Creemos que los pueblos y las naciones tienen derecho
a decidir su propio destino, libres de la coacción militar
de las grandes potencias. Creemos que todos los individuos detenidos
o sometidos a un proceso legal por parte del gobierno de EEUU
deberían gozar de los derechos inherentes a un proceso
justo. Creemos que hay que valorar y proteger la capacidad de
criticar, disentir, y formular preguntas. Entendemos que estos
derechos y valores son atacados siempre, y que debemos luchar
por ellos.
Creemos que la gente concienciada debe asumir la
responsabilidad de las acciones de sus gobiernos; antes de nada,
debemos oponernos a las injusticias que se cometen en nuestro
nombre. Por lo tanto, hacemos un llamamiento a todos los estadounidenses
para que resistan frente a la guerra y la represión que
en todo el mundo ha desatado la Administración Bush. Es
injusto, inmoral, e ilegítimo. Hemos elegido hacer causa
común con la gente de este mundo.
Nosotros también asistimos conmocionados
a los terribles acontecimientos del 11 de septiembre. Nosotros
también lloramos por los miles de inocentes que murieron,
y no podíamos dejar de lamentarnos antes las terroríficas
escenas de la carnicería, aún cuando estuviéramos
recordando escenas similares que habían tenido como escenario
Bagdad, la ciudad de Panamá y, hace una generación,
Vietnam. Nosotros también nos unimos al angustiado cuestionamiento
de millones de estadounidenses millones de estadounidenses que
no dejaban de preguntarse cómo algo así podía
haber ocurrido.
Sin embargo, cuando apenas habíamos iniciado
nuestro luto, los líderes del país desataron el
espíritu de la venganza. Sacaron a la luz un guión
simplista del "bien contra el mal" que los medios de
comunicación, intimidados y flexibles, absorbieron. Nos
dijeron que preguntar por qué acontecimientos tan terribles
habían tenido lugar rayaba con la traición. No
habría ningún debate. Por definición, ninguna
pregunta política o moral tendría validez. La única
respuesta posible era: guerra en el exterior, y represión
en el interior.
En nuestro nombre, la Administración Bush, con la aprobación
casi uniforme del Congreso, no solamente ha atacado Afganistán,
sino que además se ha arrogado, para sí y sus aliados,
el derecho de exhibir su poderío militar en cualquier
parte y en cualquier momento. Las brutales repercusiones se han
dejado sentir, desde Filipinas hasta Palestina. El gobierno se
prepara ahora, abiertamente, para desatar una guerra total contra
Iraq, un país sin conexión alguna con el horror
del 11 de septiembre. ¿En qué clase de mundo vivimos
si el gobierno de EEUU tiene carta blanca para enviar comandos,
asesinos, y bombas donde le apetezca?
En nuestro nombre, el gobierno ha creado dos categorías
de personas dentro de EEUU: aquellos que al menos tienen la promesa
de poder disfrutar de los derechos básicos que les otorga
el sistema judicial de EEUU, y aquellos otros que parecen no
tener ningún derecho. El gobierno ha cercado a más
de 1.000 inmigrantes y los mantiene detenidos en secreto y con
carácter indefinido. Cientos de personas han sido deportadas
y otros cientos languidecen a fecha de hoy en prisión.
Por primera vez en las últimas décadas, los procedimientos
de inmigración han distinguido a ciertas nacionalidades
sobre otras con un trato desigual.
En nuestro nombre, el gobierno ha extendido un
manto de represión sobre la sociedad. El portavoz del
gobierno avisa a la gente de que "sean cuidadosos con lo
que dicen". Artistas, intelectuales y profesores disidentes
ven cómo sus puntos de vista son distorsionados, atacados,
y suprimidos. La denominada Patriot Act [Ley Patriótica],
junto con otra serie de medidas adoptadas a escala estatal, concede
a la policía poderes contundentes a la hora de realizar
registros y detenciones, únicamente supervisadas (y no
siempre es el caso) por una serie de procedimientos secretos
antes tribunales también secretos.
En nuestro nombre, el Ejecutivo ha usurpado progresivamente
el papel y las funciones que corresponden a otras ramas del gobierno.
Con cada orden firmada por el poder ejecutivo, se establecen
tribunales militares en los que la presentación de pruebas
sigue procedimientos laxos y no existe el derecho a recurrir
ante un tribunal ordinario. De un plumazo, el presidente decide
qué grupos son declarados "terroristas". Cuando
los máximos responsables de la Administración hablan
de una guerra que se prolongará durante una generación
y de un nuevo orden interno, debemos hacerles caso. Nos enfrentamos
a una nueva política abiertamente imperial hacia el mundo,
y a una política interna que manufactura y manipula el
miedo para restringir los derechos.
La trayectoria mortal que viene marcándose con los acontecimientos
de los últimos meses debe ser interpretada como lo que
es, y debemos resistirla. En demasiadas ocasiones a lo largo
de la historia, la gente ha esperado, hasta que ya era demasiado
tarde para resistir. El presidente Bush ha dicho: "O están
con nosotros, o contra nosotros". He aquí nuestra
respuesta: nos negamos a permitir que usted hable en nombre de
todo el pueblo estadounidense. No renunciaremos a nuestro derecho
a preguntar. No entregaremos nuestras conciencias a cambio de
vacías promesas de seguridad. Nosotros decimos: en nuestro
nombre, ¡no!. Rechazamos formar parte de esas guerras,
y repudiamos cualquier conclusión que sostenga que son
guerras que se libran en nuestro nombre o en defensa de nuestro
bienestar. Tendemos una mano a todos aquellos que a lo largo
y ancho del mundo son víctimas de esta política;
les demostraremos nuestra solidaridad, con palabras y hechos.
Nosotros, los firmantes de esta declaración,
hacemos un llamamiento a todos los estadounidenses para que se
unan a nosotros a la hora de hacer frente a este reto. Aplaudimos
y apoyamos el proceso de cuestionamiento y protesta que sigue
su marcha, si bien reconocemos que es mucho, muchísimo
más, lo que hace falta para detener esta vorágine
de destrucción. Nos inspiran los reservistas israelíes
que, arriesgando sus propias personas, declaran que "hay
un límite" y se niegan a servir bajo la ocupación
en Gaza y Cisjordania.
Nos inspiran los numerosos ejemplos de resistencia
y conciencia que encontramos en la historia de EEUU: desde aquellos
que combatieron la esclavitud con rebeliones y utilizando el
ferrocarril de manera clandestina, hasta aquellos que desafiaron
la guerra de Vietnam negándose a obedecer órdenes,
resistiendo la conscripción obligatoria, y permaneciendo
al lado de quienes resistían. No permitamos que ese mundo
que nos mira se desespere con nuestro silencio y nuestra incapacidad
para actuar. En su lugar, dejemos que el mundo escuche nuestro
compromiso: resistiremos frente a la maquinaria de la guerra
y la represión, y reuniremos a muchos más para,
entre todos, hacer todo lo posible por detenerlas.

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