El boomerang afgano:
EEUU, el islam militante y los errores de Osama ben Laden
Yacov Ben Efrat
Challenge,
núm. 70 (suplemento especial)
Traducción: CSCAweb (www.nodo50.org/csca),
10 de noviembre de 2001
No es fácil comprender
la alternativa que EEUU tiene en Afganistán, quizás
porque no tiene ninguna. Por eso mismo, Washington retrasó
su respuesta militar durante casi un mes. Incluso hoy es difícil
definir los objetivos de esta guerra o el patrón por el
cual habremos de medir el éxito o el fracaso de la misma.
Parece extraño que para atrapar a un hombre y sus seguidores
escondidos en cuevas un gran poder tenga que movilizar a enormes
portaaviones y divisiones enteras del ejército a través
de los mares
Hasta hace poco, el nombre de "Afganistán"
tenía un tono exótico para muchos, pero no para
los políticos norteamericanos. Durante una década
(1979-1989) los norteamericanos apoyaron la guerra afgana contra
la Unión Soviética, contribuyendo así al
colapso soviético. Bien podría decirse que el Nuevo
Orden Mundial tuvo sus inicios en este desolado país,
pese a que poco tiempo después tuvo su punto culminante
en la Guerra del Golfo.
Entre los muyahidín que lucharon contra la Unión
Soviética había quienes se negaban a aceptar ese
nuevo orden mundial, y vieron la victoria afgana como un símbolo
de la superioridad islámica. La guerra anti-soviética
era una lucha contra un Imperio Infiel. El apoyo que [los muyahidín]
recibieron de EEUU les pareció entonces una mera conjunción
temporal de intereses.
La existencia de estos grupos disidentes con sus excéntricas
interpretaciones no levantó suspicacias en Washington.
Había dos razones para semejante complacencia. Una, el
desequilibrio de fuerzas: un poder mundial no podía sentirse
amenazado por grupos de guerrilleros poco armados. Dos, que los
antiguos aliados [de EEUU] siguieron colaborando en la campaña
norteamericana por aplastar a la Federación yugoslava,
primero en Bosnia, más tarde en Kosovo, y animaron también
la guerra contra Rusia en Chechenia, donde cooperaron con compañías
petrolíferas norteamericanas que pretendían asegurarse
el control de los recursos energéticos del Mar Caspio.
En Afganistán uno de estos grupos, los talibán,
se hizo con el poder por la fuerza en 1996. Los talibán
dieron cobijo y apoyaron a Osama ben Laden, quien en 1998 emitió
una opinión religiosa o fatua convocando al jihad
contra EEUU. Sin embargo, otro factor contribuyó a la
ceguera de Washington: sus aliados regionales (Arabia Saudí,
Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos) apoyaban
a los talibán con dinero y armas. De hecho, fueron los
únicos en reconocer al gobierno talibán.
¿Cómo pudieron los principales de EEUU brindar
su apoyo a los talibán, que apoyaban a su vez el decreto
de Osama ben Laden relativo al jihad? ¿Por qué
EEUU no se tomó la amenaza en serio? Para responder a
estas preguntas, necesitamos examinar las raíces de la
guerra actual. Sea cual sea el papel de Osama ben Laden a la
hora de iniciar el conflicto, es un error atribuir los ataques
sin precedentes del pasado 11 de septiembre únicamente
a sus puntos de vista extremistas. El extremismo crece en una
realidad política, social y económica específica
en la que hoy por hoy viven la mayoría de los pueblos.
No es, ni con mucho, algo propio únicamente del Islam.
Lo vemos también entre los yugoslavos que han girado hacia
el ultra-nacionalismo, o en Italia y Austria, donde los fascistas
están nuevamente en el gobierno, o entre quienes perpetraron
las masacres en África, e incluso en el mismo EEUU donde
existen fundamentalistas cristianos esperando ansiosamente el
día del Armageddon. El extremismo es una epidemia de dimensiones
globales
I. Afganistán, tierra abandonada
Desde 1979 a 1989, EEUU se mantuvo tremendamente ocupado en
Afganistán, controlado entonces por fuerzas soviéticas.
EEUU veía la presencia soviética en el país
como una amenaza para su influencia en Asia Central y fundamentalmente
como una amenaza para sus aliados, Pakistán y Turquía.
La Revolución iraní había acabado hacía
poco con el Shah. El trauma iraní hizo que aumentara la
ansiedad norteamericana cuando Afganistán cayó
en manos soviéticas. Como contrapeso a lo anterior, Anwar
el-Sadat firmó los acuerdos de Camp David y se pasó
al bloque occidental. Pero debido al aislamiento que siguió
[a la firma de los acuerdos] en el mundo árabe, EEUU seguía
sin tener claro cuál sería el futuro de la región.
Para cumplir con su objetivo de influir en Afganistán,
EEUU necesitaba una política exterior más agresiva.
Lo cual a su vez exigía una transformación interna.
Ocurrió a finales de 1980, cuando el conservador republicano
Ronald Reagan venció al demócrata Jimmy Carter.
Reagan entró en la Casa Blanca armado con un programa
político extremadamente anti-soviético. De manera
inmediata, encontró un aliado cercano en el líder
de Pakistán, el general Zia al-Haq, que había depuesto
al gobierno legítimo de Ali Bhutto tres años antes.
La Administración Carter había impuesto sanciones
sobre Pakistán debido a su programa nuclear y a los abusos
contra los derechos humanos. Reagan canceló inmediatamente
las sanciones. Pakistán se convirtió en el tercer
país que más ayuda exterior recibía de EEUU
(Fuente: Digital National Security Archive). A cambio,
Pakistán apoyaría la política norteamericana.
Con el fin de ganar legitimidad a nivel doméstico para
su régimen dictatorial, el general Zia comenzó
a depender de las tendencias islamistas. Al tiempo que se suprimían
partidos políticos y se eliminaban las libertades, Zia
intentó dotar al régimen de una nueva identidad.
Entre los movimientos religiosos, eligió al Jamaat
al-Islam, un partido fundamentalista de derechas fundado
en 1941. Zia otorgó a la Jamaat amplios poderes
para administrar el sistema educativo, incluyendo las universidades,
y le ayudó a ganar influencia sobre los medios de comunicación
(Alavi).
El poder del partido se extendió a todos los ámbitos,
incluido el ejército, y levanto las suspicacias de la
oposición pakistání. El idilio entre Zia
y los islamistas llegó a su punto culminante en 1980,
cuando la ley islámica (shariah) se convirtió
en oficial. El carácter fundamentalista del régimen
pakistaní no preocupaba a Washington. Al contrario: la
CIA hizo suyo el punto de vista de los Servicios de Inteligencia
de Pakistán: el extremismo islámico en Pakistán
debe ser ayudado en su lucha contra las clases de orientación
izquierdista, más educadas y liberales.
Siguiendo los consejos del general Zia, EEUU decidió
apoyar al partido islamista afgano liderado por Gulb Eddin Hekmatyar.
La CIA intentaba colocar a Hekmatyar al frente de una fuerza
que liberase Afganistán de la ocupación soviética.
La preferencia por Hekmatyar se derivaba de su afiliación
étnica. El grupo al que pertenece, los pastún,
viven a ambos lados de la frontera afgano-pakistaní. Es
el grupo étnico más grande de Afganistán.
Otros líderes que inicialmente habían comenzado
a luchar contra los soviéticos, como Burhan Eddin Rabbani
o Ahmad Shah Massoud (ambos pertenecientes a la minoría
tayika) no fueron capaces de conseguir el apoyo masivo que Pakistán
dio a Hekmatyar. Otro factor iba en su contra: no parecían
ser demasiado obedientes (Singh).
En 1987, la ayuda militar norteamericana a los rebeldes afganos
llegó a los 700 millones de dólares; era más
de lo que Pakistán recibía. La CIA se ocupó
de equiparles con nuevo armamento sofisticado. La Agencia también
se ocupó de que las armas no llegaran directamente de
EEUU. Su intención era oscurecer la presencia norteamericana
en la región (Fuente: Digital National Security Archive,
2001). Con el fin de que disminuyera la actividad financiera
entre EEUU y Afganistán, Arabia Saudí transfirió
enormes sumas de dinero de sus propias cuentas, que la CIA controlaba
en secreto. Cuando las tropas soviéticas se retiraron
de Afganistán, el país se vio sumido en una guerra
civil. Las diversas fuerzas musulmanas que habían luchado
conjuntamente no podían ponerse de acuerdo sobre la repartición
del poder. Hekmatyar, que todavía contaba con el apoyo
de Pakistán, no pudo capturar Kabul. Los enfrentamientos
entre sus fuerzas y las de su rival, Ahmad Shah Massoud, desgarraron
el país. La anarquía reinaba en Afganistán.
II. Los talibán conquistan
Afganistán
El movimiento talibán tiene su origen en una red de
escuelas religiosas establecidas en Pakistán por otro
partido islamista, la Jamaiyyat Ulama al-Islam. A principios
de los noventa, cerca de cuatro mil madrasas se establecieron
en todo Pakistán, especialmente cerca de la frontera con
Afganistán donde dos millones de refugiados afganos vivían
en campamentos. Las escuelas no atraían solo a niños
refugiados, sino también a hijos de familias pakistaníes
bien situadas. En la actualidad, las madrasas cuentan con medio
millón de estudiantes (Rashid).
Hasta 1993, la Jamaiyyat Ulama al-Islam era aún
un partido aislado en la escena política pakistaní.
Pero entonces se unió al gobierno de Benazir Bhutto. La
coalición gubernamental estaba encabezada por el Partido
del Pueblo Pakistaní (PPP). Bajo este régimen,
la Jamaiyyat Ulama al-Islam educó a sus alumnos
en un ambiente político y militar. De allí salió
el movimiento talibán bajo la supervisión y responsabilidad
de los Servicios de Inteligencia de Pakistán. En agosto
de 1994, el régimen pakistaní decidió imponer
el orden y la estabilidad. Envió a los jóvenes
guerrilleros a realizar la tarea en la que Hekmatyar había
fracasado (cuatro años antes, durante la guerra del Golfo,
Pakistán ya se había desencantado de Hekmatyar
debido a que este último adoptó una postura pro-iraquí;
por la misma razón, Hekmatyar levantó las iras
de sus patrones saudíes).
El líder de la Jamaiyyat Ulama al-Islam, Mullah
Fadel al-Rahman (que había sido responsable del Comité
de Asuntos Exteriores del parlamento pakistaní) visitó
Arabia Saudí en varias ocasiones. Su objetivo era convencer
a los saudíes para que apoyaran la nueva política
pakistaní en Afganistán. El jefe de los servicios
secretos saudíes (el príncipe Turki al-Faisal)
visitó entonces el centro talibán de Kandahar al
sur de Afganistán. La presión pakistaní
dio sus frutos: los saudíes decidieron financiar a los
talibán (Hiro). Los saudíes tenían además
un motivo adicional para hacerlo. Tanto la Jamaiyyat Ulama
al-Islam como los talibán pertenecen a una escuela
islámica de pensamiento conocida como la escuela deobandí,
nombre que proviene de la ciudad india de Deoband donde se fundó
en 1867. La escuela se basa en una interpretación separatista
y reaccionaria del Islam. Los deobandíes están
próximos a la escuela wahhabí, la escuela a la
que pertenece la familia real saudí.
EEUU se unió a sus aliados en su apoyo al movimiento
talibán, dejando a un lado la crueldad talibán
para con los ciudadanos afganos. Washington tenía un único
objetivo: controlar el petróleo y el gas de los recursos
del Mar Caspio. El 26 de septiembre de 1996, después de
siete años de guerra civil, los talibán capturaron
Kabul, la capital afgana. Impusieron su autoridad y consiguieron
dotar a la ciudad de cierta estabilidad durante un breve periodo
de tiempo (Maroofi).
Un año después, se firmó un contrato
entre un grupo de compañías petrolíferas
que incluía a la norteamericana Unocal y a la saudí
Delta Oil, y por otro lado al gobierno de Turkmenistán
(antigua república soviética). El acuerdo incluía
la construcción de un oleoducto de 790 kilómetros
de longitud desde los yacimientos de gas de Turkmenistán
en el Mar Caspio hasta el Océano Índico. El oleoducto
debería pasar supuestamente por Afganistán y Pakistán,
permitiendo así a los norteamericanos dejar a un lado
a Irán y a Rusia. El gobierno talibán prometió
a Pakistán que mantendría la estabilidad en el
área alrededor del oleoducto (Haque). Trud, un
periódico ruso, citaba al ayudante de dirección
de Unocal, Chris Taggart, quien el 29 de octubre de 1997 aseguraba
que "si los talibán estabilizan la situación
en Afganistán y obtienen reconocimiento a nivel internacional,
las posibilidades de construir el gaseoducto serán mucho
mayores". En agosto de 1998, las embajadas norteamericanas
en Nairobi y Dar al-Salam sufrieron sendos atentados con bomba.
Los ataques fueron atribuidos a Osama ben Laden, que entonces
ya se encontraba en Afganistán bajo la protección
del gobierno talibán. Tres meses después, Unocal
canceló su parte del acuerdo para la construcción
del oleoducto.
La victoria talibán en Afganistán no fue el
resultado de la intervención divina; más bien,
del apoyo brindado a los talibán por el ejército
y los servicios secretos pakistaníes unidos al dinero
norteamericano y saudí. En circunstancias algo más
normales, ni siquiera todo ello habría bastado. Se necesitaba
un elemento adicional: el flagrante atraso de Afganistán.
Si no hubiera sido por eso, un movimiento con una interpretación
del Islam como la suya no podría haberse hecho con el
poder. El movimiento solamente podría haberse asentado
en un país que careciese de las estructuras propias de
la vida moderna.
III. Un plan utópico para
la restauración del califato
En 1995, el Presidente egipcio Hosni Mubarak se encontraba
de visita en Etiopía, cuando intentaron acabar con su
vida. El atentado se vinculó a los asociados de Osama
ben Laden y más tarde a Sudán. Egipto y Arabia
Saudí presionaron a Sudán, que finalmente expulsó
a ben Laden. [ben Laden] regresó a Afganistán en
mayo de 1996. El 26 de septiembre, las fuerzas talibán
entraron en Kabul y se adueñaron del país. La estrecha
relación existente entre ben Laden y los talibán
no se debía a ningún interés de parte de
ben Laden en el bienestar del pueblo afgano. La necesidad de
reconstruir un país destrozado no ocupaba un lugar en
su agenda. Al contrario: la devastación y el retraso [del
país] le proporcionaban un suelo fértil para su
programa megalomaniaco: convertir Afganistán en la principal
base para los guerrilleros de la jihad en pos de la conquista
islámica.
El movimiento talibán no estableció un sistema
moderno de gobierno. Tampoco intentó solucionar los problemas
económicos y la crisis social que habían sido causadas
por años de guerra y sequía. En su lugar, y mediante
un sistema especial de policía, el régimen se empeñó
en imponer por la fuerza su versión reaccionaria wahhabí
del Islam. La nueva legislación prohibía, entre
otras cosas, escuchar música o dedicarse a labores artísticas.
Las mujeres afganas pagaron el precio más alto. Los talibán
les prohibieron estudiar o trabajar e incluso salir de casa salvo
con condiciones definidas de un modo muy estricto.
Sin embargo, los talibán trajeron una estabilidad relativa
que detuvo el flujo de refugiados que salían hacia Afganistán.
El vecino pakistaní veía con buenos ojos al nuevo
gobierno, y se convirtió en su patrón. Para Pakistán,
un Afganistán amigo era una fuente de importancia estratégica.
Afganistán proporciona a Pakistán ayuda en el conflicto
que Pakistán mantiene con la india por el control del
Asia Central. En concreto, los guerrilleros talibán reforzaron
a la tropas pro-pakistaníes del territorio de Cachemira.
Durante la guerra de fronteras que se libró en mayo de
199 entre India y Pakistán, las fuerzas de ben Laden jugaron
un papel esencial.
A pesar de la pobreza y la devastación reinantes, Pakistán
se ha convertido en una zona crucial para los intereses globales
y regionales. El gobierno talibán, por su parte, ha encadenado
al pueblo afgano a su lucha por una nación islámica.
El objetivo no es sino imponer su visión reaccionaria
del Islam a escala global. Para empezar, no se resistieron a
cooperar con EEUU. Los guerrilleros de la jihad se unieron
al Tío Sam en conflictos que iban desde los Balcanes
a Chechenia pasando por las Filipinas. Osama ben Laden y los
talibán desarrollaron una relación simbiótica.
Estos últimos adoptaron el programa utópico del
primero según el cual todos los musulmanes deberían
unirse bajo la égida de un califato restaurado, librando
al mundo musulmán de infieles y eliminando las fronteras
nacionales. La visión de ben Laden conduciría al
aislamiento del mundo islámico. Ben Laden cree que el
único modo de conseguir este objetivo es eliminando a
los actuales regímenes árabes. Organizativamente,
su principal arma es el movimiento de Al-Qaeda. Un movimiento
que vio la luz durante la revuelta anti-soviética como
un medio para coordinar a los voluntarios árabes que habían
llegado a ayudar a los afganos.
Ben Laden ha hablado de su programa en el canal de televisión
de Al-Jazeera. Ben Laden pretende una restauración
del tipo de régimen que existía durante el califato
de los rashidun, término referido a los cuatro
sucesores del Profeta Muhammad. Los califas rashidun son
considerados hombre píos comparados con los líderes
corruptos y sembradores de la división que les sucedieron
en épocas posteriores. Sin embargo, y frente a otros visionarios
musulmanes, ben Laden intenta poner su programa en práctica
de una sola vez, comenzando por el mundo árabe, pero sin
detenerse ahí. Pretende reemplazar el actual régimen
global por un régimen isla´mico. En su afán
por cambiar el mundo, ben Laden no contempla un proceso de persuasión
que se alargue en el tiempo. No busca construir una alternativa
que cuente con una amplia base social y organizada políticamente.
No cree en la movilización de las masas hasta el momento
en que están preparadas para derrocar al régimen.
Su método es más bien un atajo conocido como el
jihad. Solo entonces, según cree, los oprimidos
despertarán a la acción. Ben Laden cuenta con la
desesperación y la frustración que la política
norteamericana ha generado durante la última década.
Pero lo cierto es que sin una alternativa social firme, la desesperación
y la frustración nunca han sido suficientes para cambiar
la realidad.
Pese a los dramáticos efectos de los recientes ataques
terroristas, no hay nada nuevo en el concepto que los sustenta:
un grupo de extremistas ejecuta una acción espectacular
que tiene como objetivo provocar la acción en las masas.
El mismo concepto guió las acciones de las Bader-Meinhof
en Alemania, las Brigadas Rojas en Italia, o los Montoneros en
Argentina. Estas organizaciones, ya sean de izquierdas o de derechas,
estaban ideológicamente muy alejadas del Islam de Osama
ben Laden. Sin embargo, todos ellos comparten la creencia de
que el terror allanaría el camino del cambio. Esto eso:
todo ellos tienen en común la cualidad de la impaciencia.
Su fin: la derrota más absoluta. Sus tácticas aventureras
permitieron a las autoridades aislarles y eliminarles. Sus acciones
terroristas proporcionaron un pretexto para, de paso, acabar
con otros movimientos revolucionarios más pacientes, que
trabajaban lentamente por construir una verdadera alternativa.
Frente a los partidos comunistas, los grupos radicales (malinterpretando
a Marx), pretendían hacerse con el poder simplemente mediante
la lucha armada. Las acciones violentas reemplazarían
a la mobilización de las masas, a los sindicatos y a los
partidos políticos. ben Laden no ha aprendido nada del
triste destino de la "jihad izquierdista", cuyos
guerrilleros no eran menos devotos que los suyos. El odio y el
desprecio que ben Laden tiene hacia la clase trabajadora o cualquier
cosa que huela a socialismo le han impedido aprender de la experiencia
ajena. Mientras, está llevando a quienes le apoyan a un
destino similar.
IV. El declive del 'jihad' global
En febrero de 1998, ben Laden y Aiman al-Zawahiri, líder
de la Jihad Islámica en Egipto, unieron a varios grupos
islamistas bajo una sola denominación: "El Frente
Islámico Global Contra los Cruzados y los Judíos".
Varios clérigos que se identificaban con el Frente emitieron
una fatwa (una opinión legal) en la que declararon
que "matar norteamericanos y a sus aliados, ya sean civiles
o militares, es una obligación para cualquier musulmán
capaz, dondequiera que sea posible. Este decreto tendrá
vigencia hasta la liberación de la Mezquita de Al Aqsa
[en Jeruslaén] y los Santos Lugares [en La Meca], y hasta
que sus ejércitos se retiren de todas las tierras del
Islam" (Fuente: al-Quds al-Arabi, febrero 1998).
El edicto era una medida desesperada. El objetivo era revivir
a los grupos dedicados a la jihad, cuya imagen, por razones
que pasaremos a explorar a continuación, había
recibido numerosos reveses en el mundo árabe.
1. El fracaso del jihad en Argelia
Tras la retirada soviética de Afganistán en
1989, cerca de 10.000 voluntarios árabes que habían
luchado con los rebeldes afganos se encontraron sin nada que
hacer. Bajo el liderazgo de ben Laden, establecieron una red
secreta de activistas armados que actuaba en diferentas países.
El primer objetivo fue Argelia, cuyo ejército se había
hecho con el poder en 1991 en un golpe contra el partido que
había ganado las elecciones el año anterior (el
Frente Islámico de Salvación, FIS). Cinco años
después del golpe, el GIA (Grupo Islámico Armado),
apareció en Argelia. El GIA estaba vinculado a ben Laden.
Proclamó la jihad contra el ejército argelino
y sus milicias rurales. En la lucha, los dos bandos masacraron
a miles de musulmanes inocentes. La sangre de los civiles corrió
hasta el otoño de 1997, momento en que el FIS declaró
un alto el fuego. El GIA lo rechazó, continuando con sus
operaciones terroristas. El resultado fue su aislamiento y el
repudio que le mostraron las masas argelinas (Binramdane).
2. y en Egipto
El destino de los grupos radicales en Egipto no fue muy diferente.
Los actos terroristas fracasaron en sus intentos de derrocar
al régimen. En principio, los grupos egipcios intentaron
sin éxito asesinar a varios responsables del gobierno.
Más adelante, asesinaron a turistas. Además de
destruir vidas, los ataques causaron un prejuicio económico
considerable, dado que la principal fuente de divisas para Egipto
es el turismo. Los radicales perpetraron también ataques
terroristas sobre los coptos, la minoría cristiana en
Egipto, en un intento por avivar los conflictos inter-religiosos.
Pero la sociedad egipcia le dio la espalda a este tipo de extremismo.
En su lugar, apoyó una escuela islámica más
moderada que pretendía aliarse con el régimen.
Los activistas de los movimientos islámicos moderados
forman una parte considerable hoy en día de la elite económica
de Egipto. Muchos trabajan en la administración, en instituciones
religiosas, en universidades, sindicatos, y organizaciones no
gubernamentales. Sus puestos les conectan con el régimen.
De hecho, estos activistas tienen también influencia sobre
las masas, y han conseguido aislar a los grupos radicales, evitando
que hagan caer al gobierno.
3. y en Sudán
El golpe más duro para el movimiento de la jihad
se produjo en Sudán. En principio, las cosas fueron estupendamente
bien. En 1989, Hasan al-Turabi y el general Omar Bashir ejecutaron
un golpe de estado contra el gobierno sudanés que había
sido elegido democráticamente. El nuevo régimen
invitó a Osama ben Laden a vivir y trabajar en Sudán.
A mediados de la década de los noventa, sin embargo, el
general Bashir comenzó a aproximarse a Occidente, y en
1996 se apartó de Bin Ladren. Tres años más
tarde, puso a Turabi en arresto domiciliario. Durante ese mismo
periodo, el régimen permitió a la CIA abrir sus
oficinas en Sudán.
4. y en los países árabes
Los radicales han fracasado también en los países
árabes, lo cual demuestra la diferencia existente entre
el mundo árabe y Afganistán. Las masas árabes
han rechazado todos los intentos de imposición de una
dictadura islámica. Los trabajadores, los campesinos,
y la intelligentsia liberal no están en absoluto
dispuestos a entrar en la Era Oscura del fanatismo.
5. y más allá
Los radicales han intentado también imponer su visión
más allá del mundo árabe, pero con escaso
éxito. Los triunfos aparentes de Bosnia y Kosovo no se
produjeron debido a una capacidad militar superlativa. Sus intereses
coincidieron temporalmente con los de Occidente; eso es todo.
La colaboración se basaba en el deseo común de
reducir la influencia rusa [en la zona], desmantelando la federación
yugoslava. Una muestra de esta extraña armonía
se dio también en Israel. El gobierno de Yitzhak Rabin
apoyó al movimiento islamista local en 1993, absorbiendo
a decenas de refugiados musulmanes procedentes de Bosnia. El
movimiento islamista perdió el entusiasmo, sin embargo,
al comprobar que los refugiados eran rubios y laicos; así
que finalmente, los refugiados fueron acogidos en los kibbutzim.
Los radicales sufrieron también derrotas en Chechenia
y Daguestán. Allí, los muyahidín
operaban en respuesta a las llamadas de Norteamérica,
que deseaba hacerse con el control del Mar Caspio, rico en petróleo.
Rusia mantuvo una actitud pasiva durante la era Yeltsin, protegido
de EEUU. La desmembración de Yugoslavia, su aliado histórico,
se había producido con impunidad. La pasividad llegó
a su fin, no obstante, en el momento en que la maquinaria norteamericana
amenazó el Cáucaso. Presionado por la opinión
pública rusa, Yeltsin rechazó la exigencia norteamericana
de enviar observadores internacionales a Chechenia. Poco después,
Yeltsin dimitió, entregándole el poder a Vladimir
Putin (quien prometió que no utilizaría ningún
material que incriminase a Yeltsin). Putin inició entonces
una campaña para eliminar a los rebeldes chechenos. Aprovechándose
de una ola de entusiasmo nacionalista, Putin contaba con el apoyo
del pueblo ruso, humillado por la caída de prestigio internacional
del país. Putin llegó a la cima de la popularidad
después de conquistar Grozni (la capital chechena) y de
destrozarla.
Para el jihad, pues, las cosas no habían ido
tan bien como en Bosnia o Kosovo. El Islam extremista había
fracasado en otros lugares. En mayo de 1999, el ejército
de Pakistán estaba actuando conjuntamente con los talibán
y con las fuerzas de ben Laden en un ataque conjunto sobre la
provincia de Cachemira, en la India. La iniciativa terminó
con un rotundo fracaso.
En todos los frentes pues, los guerrilleros de Osama Bin laden
habían perdido terreno. Los ataque contra EEUU ocurrieron
en un momento en que el movimiento había llegado a un
punto muerto. Los radicales esperaban recuperar el prestigio
perdido con una acción sensacional que catalizaría
una confrontación con los Infieles. Al final, creían,
vendría la redención.
V. La Operación "Día
del Juicio"
El despertar islámico no progresaba al ritmo deseado
pro Osama ben Laden. Al mismo tiempo, sin embargo, el estatus
de EEUU iba declinando en el mundo árabe e islámico.
La furia popular contra Norteamérica (e Israel) se hicieron
más evidentes que nunca en octubre del 2000, cuando las
masas salieron a la calle para apoyar la Intifada. ben Laden
no ignoró este hecho. Las energías, según
entendió ben Laden, no iban dirigidas únicamente
contra Israel y Washington, sino también contra los aliados
árabes de EEUU, fundamentalmente Egipto y Arabia Saudí.
Hubo manifestaciones masivas en todo el mundo árabe,
incluyendo los Estados del Golfo, así como entre los árabes
israelíes. La oposición a EEUU se focalizó
en tres asuntos: (1) el apoyo unilateral que EEUU brindaba a
Israel contra los palestinos, (2) el mantenimiento de las sanciones
contra Iraq, y (3) el apoyo brindado pro EEUU a la India contra
Pakistán. Detrás de todo esto había una
realidad de desempleo, pobreza, y retraso que también
hay que considerar.
La opinión pública en el mundo árabe
le puso difícil a los regímenes árabes seguir
manteniendo relaciones abiertamente amistosas con EEUU. Tan pronto
como estalló la Intifada, los regímenes se apresuraron
a convocar una cumbre árabe (la primera desde la Guerra
del Golfo) para desviar las críticas. Los regímenes
cambiaron su línea de actuación para salvar el
pellejo. Egipto y los Estados del Golfo habían establecido
relaciones diplomáticas y económicas con Israel
durante los noventa, y habían apoyado la rendición
palestina en Oslo. Ahora, de repente, iniciaron una campaña
de propaganda contra Israel y EEUU. La campaña ha durado
un año. Todos los medios de comunicación árabes,
desde periódicos a la televisión vía satélite,
se han hecho eco de ella. La campaña ha cumplido una importante
función a la hora de despertar el sentimiento popular
de identificación con la Intifada. En el seno de la opinión
pública árabe, ha creado la impresión de
una guerra inminente contra "los judíos y los cruzados".
Las fuerzas islamistas se apuntaron algunos tantos en el frente
israelí, aunque sin tener conexión alguna con ben
Laden. Primer, bajo la presión militar de Hizballah (el
denominado "Partido de Dios"), Israel se retiró
del sur del Líbano en mayo del 2000. Organizaciones islamistas
de corte fanático siguieron atentando en el interior del
país [Israel]. Estos éxitos contribuyeron a alimentar
entre los extremistas la idea de que el momento decisivo estaba
cerca. El Islam parecía capaz de conducir a los creyentes
a la victoria. En este renacimiento de la fe, el verdadero
equilibrio de fuerzas fue olvidado.
Hay diferencias fundamentales entre las acciones terroristas
de Nueva York y Washington por un lado y la lucha de Hizballah
y Hamas por otro. Estos últimos evitan causar cualquier
tipo de daños a intereses norteamericanos. Actúan
dentro de un marco político bien definido. Hizballah coordina
sus acciones con Siria e Irán, y reclaman su legitimidad
basándose en el derecho internacional. En cuanto a Hamas,
son raras las ocasiones en las que traspasa las "líneas
rojas" trazadas por la Autoridad Palestina (AP). Cuando
lo hace, la AP detiene a sus líderes. Los ataques contra
EEUU, por el contrario, no tenían por objeto liberar un
territorio conquistado ni conseguir un fin concreto. Lo que se
perseguía era mucho más grandioso que todo eso:
se trataba de crear una paridad estratégica entre el mundo
islámico y el mundo del Infiel. ¿Qué es
entonces lo que guía a ben Laden? ¿Cuáles
son sus "líneas rojas"? Recordemos en primer
lugar que ben Laden y sus ayudantes creían haber derrotado
hacía poco a la Unión Soviética. Es más:
a pesar de que ben Laden conocía las fuerzas de las que
disponía y había calculado los pasos a seguir,
sus cálculos no eran acertados. Hemos hecho mención
ya de la importancia estratégica que tiene Afganistán
para Pakistán en el conflicto que este país mantiene
con la India. ben Laden creía en apariencia que Pakistán
le proporcionaría un apoyo estratégico en su particular
jihad contra el "cruzado" americano. ¿Qué
le llevó a cometer semejante error de cálculo?
¿Acaso creía de verdad que Pakistán le apoyaría?
Aparentemente, sí. Detrás de semejante error se
escondían dos realidades: la denominada "bomba islámica",
y el golpe de Estado llevado a cabo por el general Pervez Musharraf.
1. El 28 de mayo 1998, Pakistán llevó
a cabo con éxito una prueba nuclear. La prueba tuvo un
impacto tremendo en los estados islámicos de la región,
incluyendo a los movimientos fundamentalistas. Arabia Saudí
fue de los primeros países en demostrar su alegría.
Gran parte de su entusiasmo derivaba del hecho de que sus dos
principales enemigos (Irán e Iraq) están todavía
muy lejos de poder desarrollar su propia bomba. Pasados tres
años desde el acontecimiento, los pakistaníes han
celebrado todos los 28 de mayo como "El Gran Día":
el aniversario del primer ensayo nuclear con éxito por
parte de un Estado islámico. Durante las celebraciones
del Gran Día del año 2000, el Ministro de la Ciencia
pakistaní declaró: "Nos inclinamos ante Dios
todopoderoso, que restauró la grandeza de Pakistán
el 28 de mayo de 1998" (Goldberg). Sami ul-Haq, dirigente
de la Jamaiyyat Ulama al-Islam y parlamentario pakistaní,
ha emitido una fatua en la que se invoca el jihad contra
cualquier gobierno pakistaní que firme un acuerdo prohibiendo
los ensayos nucleares. Ul-Haq, ferviente seguidor de ben Laden,
es también director de una escuela religiosa. Muchos de
sus estudiantes se han unido a los talibán. En octubre
de 1998, Associated Press informó de que "muchos
militantes [islamistas] desean que Pakistán siga desarrollando
armas nucleares, tanto como elemento disuasorio contra el enemigo
de siempre (la India) como un instrumento que podría igualar
al mundo islámico en sus relaciones con Occidente"
(Gannon)
Los extremistas musulmanes interpretaron los ensayos nucleares
pakistaníes como un regalo del cielo. Dios les había
dado la bomba para utilizarla. Occidente había intentando
evitar que el Islam obtuviera lo que otros en Asia, Europa, y
América ya tenían, pero el éxito pakistaní
había puesto fin a esta situación. ben Laden y
su organización esperaban ahora una oportunidad para declarar
su jihad contra EEUU. El golpe de Musharraf, que examinaremos
a continuación, les dio la señal de que el Día
del Juicio se aproximaba.
2. En el momento de llevar a cabo el primer ensayo
nuclear, el presidente de Pakistán era Nawaz Sharif. [El
presidente] intentó llegar a un acuerdo con la India por
la cuestión de Cachemira. Mientras tanto, el general Pervez
Musharraf atacó Cachemira con el Ejército y las
milicias de muyahidín. Musharraf pretendía
torpedear el acuerdo. Como todos los generales pakistaníes,
Musharraf temía que un tratado con la India debilitaría
la postura del ejército en el ámbito interno. El
ejército pakistaní deriva su poder e influencia
de una extraña mezcla entre el armamento moderno y el
extremismo islámico que tiene como objetivo a los 'archi-infieles':
India y EEUU. La ofensiva de Musharraf fracasó, como ya
he dicho. Pakistán culpó del fracaso a un cambio
en la política exterior norteamericana. Hasta la administración
Clinton, EEUU les había apoyado. Pero Clinton había
cambiado de bando y se había puesto del lado de la India.
El cambio enfureció a la opinión pública
pakistaní, así como al ejército. ben Laden
comparó el cambio con la preferencia que EEUU sentía
por Israel sobre los palestinos. En octubre de 1999, Musharraf
depuso a Sharif. Pakistán estaba ahora controlado por
un ultra-nacionalista, apoyado por un ejército con fuertes
conexiones islamistas. El error de cálculo de ben Laden
tenía, pues, tres bases sobre las que apoyarse:
En primer lugar, la creencia de que Pakistán podría
funcionar, con su bombar atómica, como un poder islámico
independiente, proporcionándole así una ventaja
estratégica contra "judíos y cruzados".
En segundo lugar, que Musharraf le apoyaría sin dudarlo.
Y en tercer lugar que, como ya hemos mencionado, existía
ya el convencimiento de que él y sus seguidores ya lo
habían hecho antes: ya habían conseguido derrotar
a un superpoder (auque eso sí, con un poquito de ayuda
de sus amigos norteamericanos).
VI. Arabia Saudí: el eslabón
débil
Para entender la dificultad de EEUU para tratar el fenómeno
ben Laden, es necesario examinar las complejas relaciones
existentes entre EEUU y Arabia Saudí. Hemos mencionado
ya la cooperación que existía entre este último
país y la CIA a la hora de financiar a los muyahidín
afganos. Sin embargo, con el paso del tiempo, entre Washington
y Riyad se ha ido desarrollando un conflicto de intereses. Tras
los ataques contra las embajadas norteamericanas en Nairobi y
Dar El-Salam en agosto de 1998, EEUU tomó represalias
atacando las bases de ben Laden en Afganistán y una fábrica
de productos farmacéuticos en Sudán que, según
se dijo, producía armas químicas. El 8 de febrero
de 1999, The New York Times citaba las palabras del director
de la CIA George Tenet ante el Congreso: ben Laden podría
atacar "en cualquier momento" contra los símbolos
del poder norteamericano. El mismo periódico se hacía
eco del consenso existente entre responsables de la administración
norteamericana de que "ben Laden tenía fuertes apoyos
políticos incluso entre aliados de EEUU en el extranjero".
ben Laden "recibe dinero y apoyo político de algunos
príncipes de la familia real saudí, cuyo rey él
mismo ha prometido deponer, y de instituciones financieras e
individuos poderosos de Kuwait y Qatar, países en los
que existe una fuerte presencia militar norteamericana, según
responsables de la Administración norteamericana"
(Weiner).
Washington no ignoraba la gravedad de la situación.
La preocupación acerca de la ambivalente relación
que Arabia Saudí mantenía con EEUU había
comenzado a crecer desde el 25 de junio de 1996. Aquel día,
una explosión en una base norteamericana en Khobar acabó
con la vida de 19 soldados norteamericanos. El gobierno saudí
se negó a cooperar con Washington en la investigación
de los hechos. Más bien ocurrió al contrario: los
saudíes hicieron todo lo posible por ocultar información
y evitar que los norteamericanos obtuviesen información.
Hasta hoy, cinco años después de los hechos, lo
ocurrido en Khobar sigue siendo un misterio. Nadie ha sido juzgado.
Louis Free, director del FBI, "dio un ejemplo de cómo
a los norteamericanos les volvieron la espalda: el Chevrolet
utilizado en el ataque se había encontrado a comienzos
de julio de 1996, pero les llevó seis meses de intercesiones
al más alto nivel antes de que el FBI pudiera examinar
el vehículo" (Middle East International)
Arabia Saudí intentó dar la impresión
de que el ataque había sido obra de un grupo chií
apoyado por Irán. La versión saudí no convenció
a Washington. El 6 de julio del 2001, el canal de televisión
Al-Jazeera emitió una tertulia durante el programa
Akthar min rai (Más de un punto de vista) en la
que participaron saudíes e iraníes. Los participantes
en el debate revelaron algunos datos importantes en relación
con el atentado de Khobar. El doctor Sa'ad al-Faqih, líder
del Movimiento de Reforma Islámica de Arabia Saudí
[chií], llamó al programa para decir: "Vamos
a ser claros: seis musulmanes sunníes fueron detenidos
en conexión con el atentado de Khobar. Su vinculación
con el ataque ha sido probada. Estos seis no son los únicos.
Cientos de personas fueron detenidas tras el ataque, en una acción
de largo alcance que afectó a todo aquel de quien se sospechara
que apoyaba o tenía alguna conexión con la guerra
en Afganistán".
El doctor Al-Faqih explicó por qué los saudíes
habían mantenido a los norteamericanos lejos de la investigación:
"Si se demostrase que este o aquel grupo responsable de
los ataques de Riyad o Khobar, podía estar vinculado con
Osama ben Laden, quedaría demostrado que existe un grupo
sunní local que se opone al régimen y amenaza su
estabilidad. Los saudíes temían que esto se hiciera
público y eso les hizo echar la culpa a los chiíes".
El presentador del programa, Sami Hadad, añadió
lo siguiente: "En octubre de 1998, la Agencia de noticias
francesa citó a una fuente del Ministerio del Interior
saudí que aseguraba que los saudíes habían
expulsado a los representantes del gobierno talibán porque
su gobierno estaba cobijando a gente buscada en conexión
con el atentado de Khobar". El editor ayudante de al-Sharq
al-Awsat, Muhammad Awam, confirmó este último
punto.
¿Cómo afectó el ataque de Khobar a las
relaciones de Arabia Saudí con EEUU? Según el International
Herald Tribune ("Saudi Arabia: The Ties That Bind",
2 de diciembre de 1996), un responsable de la administración
norteamericana reconoció que "Arabia Saudí
es un agujero negro. Nos faltan muchísimos datos para
entender lo que está pasando allí". Después
del ataque de Khobar, la CIA sometió al reino a un procedimiento
de análisis fuera de lo común conocido como "estrategia
para objetivos difíciles", que hasta entonces había
estado reservado para países como Rusia, China, Irán,
Iraq, o Corea del Norte y tenía como objetivo evaluar
los riesgos agobiando al régimen".
La CIA se las arregló, sin embargo, para investigar
por qué no se había juzgado a los responsables
del ataque de Khobar, pero los resultados de la investigación
no se hicieron públicos. Podríamos aventurar por
qué: EEUU descubrió había descubierto hasta
qué punto la oposición al régimen saudí
había crecido. Quizás al final Washington comprendió,
al fin, que existía una amplia oposición a su presencia
militar en tierra saudí. Si la CIA investigó como
tenía que hacerlo, descubriría que la oposición
al régimen se alimenta de un declive en las condiciones
sociales y económicas. La amargura de la gente ha ido
en aumento a causa de la corrupción en la familia real,
cuyos miembros llevan una vida de lujo y ostentación cuando
la mayor parte de los saudíes están sufriendo.
Desde que en 1982 el rey Fahd subiera al trono, la economía
se ha reducido drásticamente. "En 1993, la renta
anual per cápita era de 5.000 dólares USA, apenas
un tercio de la renta de principios de los ochenta. Según
algunas estimaciones, la renta ha seguido disminuyendo desde
entonces. Políticamente, todo esto ha servido al fundamentalismo
islámico, que ha crecido a un ritmo alarmante dado que
es el único movimiento popular que el gobierno no puede
ilegalizar" (Aburish).
Fueran cuales fueran los resultados de la investigación
de la CIA, está claro que Washington decidió guardar
silencio tras lo ocurrido en Khobar. Al mismo tiempo, parece
ser que Arabia Saudí había llegado a un acuerdo
con los talibán y con Osama ben Laden. Este último
aceptó poner fin a los ataques en suelo saudí.
A cambio, los saudíes seguirían apoyándole
económicamente y no sentarían a los responsables
de Khobar ante los tribunales. Pese a no tener pruebas de que
estos acuerdos existieron, lo cierto es que no se produjeron
más acciones terroristas dentro del país hasta
que en octubre del 2001 (tras los atentados contra EEUU) hubo
una explosión en Khobar. En esta ocasión, el modelo
se repite: las investigaciones no han conducido a nada.
Los acontecimientos del 11 de septiembre han puesto punto
final a las dudas de Washington. El editorial del New York
Times del 25 de septiembre exigía al gobierno saudí
que cooperase con los servicios de inteligencia norteamericanos
para terminar con las organizaciones terroristas que operaban
en suelo saudí, así como con sus fuentes de financiación.
La exigencia norteamericana equivalía a admitir lo que
ya era innegable: que Arabia Saudí cobijaba y apoyaba
a organizaciones extremistas islámicas por el temor de
que una confrontación acabaría con un régimen
que ya está al borde del colapso.
Doce de los suicidas responsables de los ataques contra EEUU
eran saudíes. Este hecho tiene graves implicaciones para
el régimen saudí. Los responsables del régimen
han intentado empañar este hecho con el pretexto de que
algunos de los nombres publicados eran incorrectos. Siguen impidiendo
que periodistas norteamericanos entren en el país. A pesar
de los intentos por confundir la situación, es seguro
que la mayoría de los suicidas saudíes procedían
de la región de Asir (una región pobre, situada
al sur del país en la frontera con Yemen). En esa región
viven tribus conocidas por su oposición al régimen
(Murphy).
Tres años antes de los atentados contra EEUU, en octubre
de 1998, Le Monde Diplomatique publicó el siguiente
análisis: "El modelo de alianza saudí entre
el fundamentalismo islámico conservador y Occidente ha
fracasado. El problema para Washington es que no tiene una estrategia
política alternativa frente al mundo islámico.
Por parte saudí, el doble discurso del príncipe
Turki, un pro-americano convencido que siempre ha apoyado a los
movimientos radicales sunníes y que todavía apoyaba
a los talibán en la primavera pasada, está llegando
a sus límites. Riyad se gasta enormes sumas de dinero
en la financiación de redes islamistas que no sienten
nada más que un profundo desprecio por los emires y sus
petrodólares y creen que el Estado islámico de
Arabia Saudí sería aún más islámico
sin la dinastía de los Saud" (Roy).
El "príncipe Turki" en cuestión del
que habla el artículo es Turki al-Faisal, director de
los servicios de inteligencia saudíes durante treinta
años, y arquitecto de las estrechas relaciones existentes
entre el régimen y los movimientos islamistas. Estas relaciones
comenzaron con una alianza contra los soviéticos en Afganistán
y siguieron su curso hasta el 11 de septiembre (Tyler). Ahora,
han llegado a un punto muerto. Curiosamente, el príncipe
Turki dimitió (o fue cesado, nadie lo sabe con seguridad)
un poco antes de producirse los ataques, el 31 de agosto; lo
cual lleva a especular sobre el hecho de que el régimen
saudí podía saber que algo se estaba cociendo.
VII. EEUU, sin alternativas
No es fácil comprender la alternativa que EEUU tiene
en Afganistán, quizás porque no tiene ninguna.
Por eso mismo, Washington retrasó su respuesta militar
durante casi un mes. Incluso hoy es difícil definir los
objetivos de esta guerra o el patrón por el cual habremos
de medir el éxito o el fracaso de la misma. Parece extraño
que para atrapar a un hombre y sus seguidores escondidos en cuevas
un gran poder tenga que movilizar a enormes portaaviones y divisiones
enteras del ejército a través de los mares.
Esta guerra se le ha impuesto a EEUU. Ben Laden y Afganistán
no estaban, de ninguna manera, en la agenda norteamericana. Muchas
de las organizaciones e individuos etiquetados como "terroristas"
tras el 11 de septiembre eran ya conocidos de la Administración
norteamericana hacía tiempo. Habían operado en
EEUU y Europa sin interferencias. Algunos de los socios de ben
Laden, por ejemplo, a pesar de estar condenados a muerte en Egipto,
habían conseguido asilo político en Gran Bretaña,
lugar en el que se habían introducido en el mundo de la
comunicación y desde donde dirigían una red financiera
con múltiples ramificaciones. Antes del 11 de septiembre,
Washington no veía como un problema lo suficientemente
serio como para ilegalizar o contener a estas organizaciones
las matanzas de miles de personas en Argelia, o el asesinato
de turistas en Egipto.
De hecho, antes del 11 de septiembre la política exterior
de EEUU tenía como principal objetivo Rusia. Los norteamericanos
ven a Rusia como un poder nuclear que compite con ellos en áreas
vitales de Europa Central, el Mar Caspio, y el Golfo Pérsico.
En cuanto a ben Laden, no se le consideraba una amenaza tan seria
como la que constituían los Estados "malos"
como Irán, Iraq, o Corea del Norte. La principal iniciativa
estratégica de George W. Bush fue cancelar el Tratado
Anti-Balístico de 1972 y redoblar los esfuerzos por construir
un sistema anti-misiles que supuestamente garantizaría
la supremacía norteamericana sobre Rusia. Aunque Bush
no ha dado marcha atrás en sus proyectos lo cierto es
que el ataque contra EEUU ha provocado un cambio en las prioridades
y ha cambiado el actual mapa político.
El pasado 27 de septiembre, el New York Times sacó
a la luz una pequeña parte de la compleja red que EEUU
había tejido alrededor de Rusia: "Rusia ha ayudado
a EEUU de manera decisiva en los preparativos para cualquier
acción militar que pueda llevarse a cabo en Afganistán,
y hoy ha sido recompensada por ello. EEUU, en un claro giro de
su política, ha declarado por primera vez que la red de
Al-Qaeda ha incitado la sangrienta rebelión en
el territorio ruso de Chechenia". Esta nueva postura venía
a significar un notable giro en la actitud norteamericana frente
a Rusia. Pocos meses antes, durante su campaña electoral,
Bush había amenazado con cortar toda la ayuda económica
a Rusia por sus ataques contra Chechenia. Durante una entrevista
televisada en febrero del 2000, Bush dijo: "Este tipo, Putin,
que es presidente con carácter temporal, llegó
la poder gracias a Chechenia". Bush añadió
que Putin había lidiado con Chechenia de un modo que "no
es aceptable en el caso de las naciones pacíficas"
(Dau)
¿Por qué reconoce ahora Washington que ben Laden
tuvo algo que ver en el levantamiento checheno? La respuesta
es simple: anteriormente a EEUU le interesaba fundamentalmente
mancillar el nombre de Rusia y debilitar su influencia. Osama
ben Laden parecía un problema menor.
La ayuda que EEUU proporcionó a los talibán
en Afganistán era el resultado de la misma estrategia.
Era función de los talibán garantizar a EEUU que
podría poner el pie en los tres estados islámicos
que bordean el Caspio y que en la actualidad se encuentran bajo
el área de influencia rusa: Uzbekistán, Tayikistán,
y Turkmenistán. EEUU prefería un régimen
talibán en Afganistán debido a su absoluta dependencia
de Pakistán. La alternativa de la "Alianza del Norte",
apoyada por Irán y Rusia, era repugnante a ojos americanos.
A pesar de que Washington esté utilizando en la actualidad
a la Alianza del Norte como oposición frente a los talibán,
en realidad no ve a los primeros como un aliado estratégico.
EEUU tampoco desea enemistarse con sus devotos aliados, Pakistán
y Arabia Saudí. Así pues, la postura anti-talibán
norteamericana llevó a Irán a apoyar los gritos
de venganza de EEUU. Poco después, sin embargo, los iraníes
se dieron cuenta de por dónde soplaban los vientos, y
se unió a la oposición contra los ataques norteamericanos
sobre Afganistán. Washington ha decidido eliminar a ben
Laden y estabilizar al régimen afgano sin alterar el equilibrio
regional. Si tiene éxito, EEUU continuará con su
Cruzada para liberar los sagrados yacimientos de petróleo
del Caspio. E intentará atraerse hacia su órbita
a otros territorios próximos, como por ejemplo Georgia.
VIII. La guerra y la recesión
económica global
La "primera guerra del siglo XIX" hunde sus raíces
en las guerras que EEUU libró contra Iraq y Yugoslavia
durante los noventa. EEUU luchó contra países que
no podían ofrecer ningún tipo de resistencia, ya
fuese militar o económica. Ambas guerras se prepararon
con títulos de fanfarria como la defensa de los grupos
étnicos, de los derechos humanos, o de la democracia.
Sin embargo, el único objetivo era el de imponer un nuevo
orden mundial bajo el liderazgo de EEUU. Las guerras tuvieron
como resultado un número enorme de víctimas y la
desestabilización estructural a escala global.
La desestabilización era precisamente el tema central
de un artículo publicado en Le Monde Diplomatique
en junio de 1999: "Al terminar la guerra fría, no
ocurrió lo mismo con las guerras civiles del mundo subdesarrollado.
Al contrario: se redoblaron en intensidad. Desde la caída
del muro de Berlín en 1989, más de 23 situaciones
de conflicto interno han surgido o se han reactivado, involucrando
a más de 50 grupos armados. En muchos países, como
por ejemplo Angola, Somalia, o Sierra Leona, la destrucción
causada por estas guerras civiles continuadas sigue una lógica.
Los grupos rebeldes compiten entre sí por el monopolio
de la violencia, lo cual era anteriormente prerrogativa del Estado.
Cuando esto ocurre, el Estado-nación subdesarrollado explota
y se convierte en una entidad caótica ingobernable. Sectores
enteros de la economía, ciudades, provincias y regiones
caen en las manos de los nuevos señores de la guerra,
traficantes de droga, o mafiosos. Este es el caso de Afganistán
hoy por hoy". El artículo proseguía, mencionando
hasta catorce de estas "entidades caóticas ingobernables",
entre las que se incluían Somalia, Kosovo, Bosnia, Chechenia,
y Haití.
Muy pronto, Gaza y Cisjordania podrían unirse a la
lista como resultado de la aplicación de los Acuerdos
de Oslo patrocinados por EEUU. La inestabilidad estructural es
consecuencia de un régimen económico global que
amplía los intereses de los grandes conglomerados industriales,
particularmente de las compañías petrolíferas.
Desde 1997, el mundo se encuentra al borde de una crisis económica.
Lo cual a su vez provoca daños directos a dos categorías
de países: aquellos países que tienen economías
de tipo medio, como Brasil, Argentina, o los tigres asiáticos;
y países pobres como Egipto. La enorme ira popular contra
EEUU tiene su origen en la devastación causados por este
nuevo orden mundial. Millones de personas en el mundo entero
se encuentran fuera de la economía global, sin ingresos
y sin futuro.
El uso de la fuerza como medio para la imposición de
una hegemonía determinada es un signo de debilidad. Demuestra
que el régimen capitalista global está cerca del
colapso. La anarquía en tierras más débiles
puede tomarse a la ligera. Sin embargo, durante los dos últimos
años, la crisis ha golpeado a los grandes centros industriales.
Japón, Europa, y el mismo EEUU se estaban adentrando en
la recesión ya ates de los ataques contra el World Trade
Center y el Pentágono. Los ataques fueron una especie
de duro despertar: la crisis no se ha quedado dentro de las fronteras
de África, Asia, o América Latina. Al final, ha
encontrado su camino hacia el centro neurálgico del orden
capitalista.
La anarquía presente y futura no conoce fronteras.
Las nuevas tecnologías y la velocidad en el transporte,
órganos vitales de la globalización, son una espada
de doble filo. Pese a todo el bien que han traído, especialmente
para las multinacionales, también han hecho posible que
diecinueve fundamentalistas extremistas vayan a una academia
de aviación y ataquen en el corazón de EEUU. El
ataque contra EEUU es un aviso. La ausencia de una alternativa
a escala global ha hecho aparecer peligros sin precedentes. El
principio del desorden pueden intuirse ya en las fisuras que
se han abierto entre los antiguos miembros de la alianza contra
Iraq. No todos están de acuerdo con la noción norteamericana
de que los problemas pueden resolverse por la fuerza. Les preocupa
convertirse también en objetivo del odio mientras la anarquía
se adueña de sus patios traseros.
El enemigo es muy evasivo. Ya no es solamente ben Laden ni
los talibán. El enemigo real es la anarquía que
el propio EEUU ha creado. La guerra actual reforzará este
estado de anarquía. Mientras tanto, la crisis económica
agudiza el conflicto de intereses que enfrenta a algunos de los
Estados más influyentes. Existe un peligro cada vez mayor
de que se produzca un enfrentamiento nuclear entre China y Taiwán,
India y Pakistán, y entre Rusia y EEUU. Tampoco podemos
ignorar el renacimiento del fascismo en Europa. Los fascistas
se pasean ya por los pasillos del poder en Italia y Austria.
En pocas palabras: nuestro mundo va por mal camino. Ben Laden
y sus seguidores simplemente nos han recordado lo mal que va.
Pero el principal problema no es el terrorismo. La sociedad carece,
hoy por hoy, de la voluntad necesaria para curar la enfermedad
más grave jamás conocida por la humanidad: la epidemia
de la pobreza. Una pobreza que no ha sido causada por la superpoblación,
ni por la sequía o la hambruna. Es una pobreza que resulta
del ilimitado deseo de obtener beneficios a expensas de los demás.
Epílogo
Poco después de los ataque suicidas, un semanario británico
cercano al Partido Laborista (The New Statesman) incluía
el siguiente comentario en su editorial del 17 de septiembre:
"Un mundo en el que solamente existe un superpoder priva
a los países pobres del equilibrio que les permita mejorar:
si una de las partes no le proporcionaba ayuda, ya fuera en dinero
o en especie, podían ir a pedírsela a la otra parte.
Es cierto: esta especie de chantaje permitió a muchos
dictadores crueles y corruptos mantenerse en el poder. Pero pueden
estar seguros de que, si la Unión Soviética fuese
todavía una realidad y una amenaza, la crisis de la deuda
que en la actualidad afecta a unos 50 países y que ha
alcanzado niveles previamente inimaginables (donde algunos países
se ven obligados a destinar una cuarta parte de sus exportaciones
al pago de la deuda), no existiría. La muerte de la Unión
Soviética ha privado a los pobres globales de algo más
intangible: no exactamente esperanza, pero sí quizás
del sentido de la alternativa, de lo posible".
Todas estas cuestiones le vienen demasiado grandes a Osama
ben Laden y su banda. Cuando pidió a los musulmanes que
iniciaran un jihad contra las bases norteamericanas en
Arabia Saudí para oponerse al bloqueo contra Iraq y la
opresión del pueblo palestino, se olvidó de una
cosa: fueron él y sus seguidores quienes ayudaron a derribar
a la Unión Soviética. Responsables, por lo tanto,
de los males contra los que él mismo lucha.
¿Cómo explicar si no el hecho de que, hasta
la caída de la Unión Soviética, los norteamericanos
no tenían modo de poner el pie en la región? ¿Cómo
explicar el hecho de que hasta entonces, habían pasado
cuarenta años durante los cuales ningún país
se había atrevido a disparar misiles balísticos
sobre ciudades ajenas? ¿Cómo explicar el hecho
de que el pueblo palestino se vio obligado a aceptar un acuerdo
que equivalía a una rendición? ¿Quién
podía haber imaginado que, antes de la caída de
la Unión Soviética, los Estados árabes se
habrían alineado con EEUU en una guerra contra Iraq? ¿O
que habrían dejado que la opción de una guerra
contra Israel simplemente desapareciera?
A principios de la década de los ochenta en Líbano,
[en 1982,] cuando los palestinos resistían frente a Israel
y recibían el apoyo de la Unión Soviética,
ben Laden (con ayuda saudí) le hizo un regalo a EEUU en
Afganistán. En lugar de defender a los oprimidos, golpeó
a su aliado. Si los voluntarios árabes que fueron a Afganistán
hubiese querido realmente sacrificarse, hubieran podido ir a
Beirut durante el asedio [israelí], en un tiempo en el
que los palestinos y los libaneses necesitaban desesperadamente
la solidaridad árabe. ¿Por qué no fueron?
Porque, al contrario de lo que ocurría en Afganistán,
la guerra en Beirut era una guerra que se libraba contra el imperialismo
norteamericano, y esto no encajaba en su idea de la guerra. Osama
ben Laden "venció" al comunismo, pero su victoria
ha sido pírrica. Su primera víctima ha sido el
pueblo palestino. Y no solo el pueblo palestino, sino todos los
pueblos del mundo que aún están pagando el precio
de la caída soviética. El empeño más
ambicioso de la historia de la humanidad tocó aquí
a su fin. Lo absurdo es que el régimen capitalista también
esté pagando el precio de esta caída. La Unión
Soviética había asegurado un cierto grado de estabilidad
política y económica en muchos lugares. Después
del colapso soviético, la responsabilidad pasó
a EEUU.
El problema global de hoy no es, sin embargo, el hecho de
que solamente existe un superpoder, sino la ausencia de una oposición
política organizada y relevante dentro de ese superpoder.
EEUU se enorgullece de ser el bastión de la democracia.
Pero, ¿qué es esta democracia? Una pequeña
camarilla va repartiendo el poder entre sus miembros. Alrededor
de este círculo mágico, los medios forman un consenso
según el cual las causas humanas del sufrimiento de masas
se presentan como leyes inmutables.
El aumento de tendencias extremistas en el resto del mundo
ha sido el resultado de la ausencia de una oposición de
base amplia en EEUU. Mientras los norteamericanos se apiñaban
cómodamente, disfrutando de su modo de vida, otros han
ido a peor. No nos sorprenda, pues, que los pobres de la tierra,
entre ellos los pueblos islámicos, hayan desarrollado
un odio profundo hacia EEUU. La explotación ejercida sobre
estos pueblos para mantener el nivel de vida propio, acompañada
de la indiferencia ante sus catástrofes, ha llevado al
actual estado de cosas: EEUU se ha convertido en un objetivo.
Una respuesta acertada a los recientes acontecimientos de parte
del pueblo norteamericano sería posicionarse, y ofrecer
al menos una alternativa a la camarilla que les ha metido en
este embolado. No es casualidad que el movimiento contra la globalización
arrancara en Seattle en 1999. Fue un buen comienzo conducente
a la construcción de una alternativa. Pero las recientes
acciones suicidas han pillado al movimiento anti-globalizador
falto de preparación. Falta que se manifiesta en la ausencia
de un programa político claro de oposición al capitalismo.
Los acontecimientos del 11 de septiembre deberían hacer
posible que los movimientos populares en las naciones industrializadas
y muy especialmente en EEUU puedan volver a colocar la política
en la agenda pública. EEUU todavía tiene sus masas,
su clase trabajadora, sus sindicatos. A ellos les corresponde
presentar una nueva posición, bloqueando las corrientes
reaccionarias que amenazan con sembrar la anarquía en
el mundo. Como marxistas, nosotros intentamos comprender las
contradicciones que se dan en el régimen capitalista y
hacer que se derrumbe. Las acciones suicidas de asesinato no
contribuyen en nada a este objetivo. Nuestro camino es largo,
requiere paciencia y un trabajo continuado. Nuestro propósito
es persuadir a las masas y organizarlas en el ámbito de
los partidos políticos hasta que puedan ejercer su derecho
democrático a decidir sobre su destino.
La política debe volver a la agenda pública,
no como un fin en sí mismo, sino como un medio para devolver
los recursos de la sociedad a sus propias manos. Los recursos
han de distribuirse equitativamente entre los pueblos, de modo
que cada pueblo pueda sentirse parte de la humanidad. Si esto
no ocurre, lo que vimos el 11 de septiembre se convertirá
en un capítulo más de una serie. Entre el socialismo
y la barbarie no hay alternativa. Ha llegado la hora de elegir.
(Traducción del hebreo
al inglés de Stephen Langfur)
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